Has de ser una página mal escrita, una hoja que el profesor arranca sin discusión, a pesar de las disculpas, de las enmendaduras, a pesar del esfuerzo por mantener la mejor caligrafía de mi vida. A pesar de todo serás un recuerdo que con el tiempo se borrará como el humo de una hoguera. Y al escuchar el pequeño crujido de la hoja que el profesor encoje entre sus manos pensaré que igual se extinguirá la ilusión de poder leerte, que cual bello poema juvenil leo verso tras verso, una y otra vez repasándote en mi memoria hasta que termine de desgajarse caminando por algún rincón del mundo, quizá mientras camine de noche frente a alguna iglesia, quizá en la movilidad de regreso a casa, quizá caminando por arenosas playas sin fronteras, quizá en alguna fecha patria… trataré de recordar un sentimiento ya inexistente.

Sólo entonces seré libre, terminaré de jugar con el nieto o pasearé al perro, será un despertar inocuo que de manera sabia refrescará mi agonía. Ya al saberme más lejos de todo y cerca de nada te encontraré en un baúl apolillado, salvado del tiempo, rescatada a la fuerza, extenderé por última vez tu imagen arrugada de papel cuadriculado y con mis manos limpiaré el polvo de los años, te veré preguntándome en quién escribió estos bellos versos, carentes de estética pero colmados de inocencia y dulzura. Al final separaré aquella hoja de cuaderno que cuidase con claustro esmero y al ver perderse entre mis manos convirtiéndose una vez más en una bola, una pena inconclusa surcará mi corazón, la senil decisión dejará caer la bola en una bolsa de basura: de olvido… has de ser parte de mi propia muerte.