No tengo bandera ni patria conocida, no soy patriota de esta nación, no soy americano ni universal como Vallejo, mi patria es mi corazón y por bandera enarbolo la voluntad de vivir. Compro el periódico que quiero, elijo la ropa que me gusta, opino lo que debo sin reserva y callo cuando me place, pero a pesar de ello no soy libre aunque trato de serlo cada día de manera desbocada.

He escogido por escudo la verdad, mis colores son el rojo de la sangre que he de derramar en mi lucha por liberarme, el blanco de la pureza a la que debemos acceder y el gris por el trabajo arduo que es atravesar el camino angosto.

No soy noble ni tengo apellidos onerosos, hasta una lombriz tiene más derecho de vivir en esta tierra que yo, ella por lo menos prepara la tierra… yo la contamino. También tengo enemigos en mis fronteras y delatarlos es urgente: la insensibilidad y el apego, en el flanco interno tengo a la envidia, avaricia, gula, pereza, venganza, asesinato, maledicencia, morbo, chisme, mentira, hipocresía, robo, engaño, lujuria, ira, orgullo, vanidad, etc.  y su rey es el odio. Vivo amenazado constantemente por mis ayeres y prisionero por las necesidades pasajeras de la ilusión.

Los ríos son la inspiración de mis pasos, los cielos despejados brotan sin cesar de estos ojos en una cascada de aventuras, los bosques y selvas verdes entierran en mi corazón sus raíces olvidadas, los desiertos susurran historias anti diluvianas en mis oídos profanos, las noches oscuras son una invitación a los más recónditos lugares, las estrellas son los sueños que acompañan mis existencias venideras, el sol que amanece perpetuamente en el horizonte es la fuerza estrepitosa que anida en mi alma despertando mi columna con rumbo al infinito. He aquí mi patria, dicha con la pluma desnuda de un escribidor sin nombre que busca su identidad entre el cosmos de un beso sano, al final de una caricia engarzada al amor.

No tengo bandera ni patria… pero tengo fe.