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EL SEÑOR FERRABUS

Publicado: 2012-03-27

La tarde caía ya y la hora de la cena se acercaba, Sonia debió pensar que sus hijas habrían terminando sus tareas y seguro el señor Ferrabus de figura indispensable debería ya estar con hambre. Sonia que nunca descuidaba ni un solo detalle se percató al mirar la mesa, en medio de las tostadas sin demanda, de la mantequilla, del chocolate caliente y de la economía de mañana, que el señor Ferrabus no se encontraba descansando en su sofá como de costumbre, pensó en seguida que estaría en el patio, fue a ver y nada, en el dormitorio con las niñas nada, ¿quizá en el baño?... nada, en el estudio, lavandería, regresó al comedor y nada, sólo quedaba la calle, si, la calle, presurosa dejó los quehaceres propios de la rutina cansona y amorosa para buscarlo en la calle, quizá lo habrían secuestrado pensó aterrada.

Ya en la calle, vio a la señora de Quezada cerca de su casa, dudó en preguntarle, ella, la chismosa intrigante por vocación que exageraba con su lengua venenosa de tres turnos - ¿Qué iba a preguntarle?-  pero por otro lado era la primera en saberlo todo y la última en callarse nada, tendría que saber algo; se acercó a saludarle e indagar por el señor Ferrabús. “Estará quién sabe con qué callejera” le respondió con esos ojos escurridizos de niña malcriada y mientras Sonia se arrepentía de haberle consultado, topó su vista con aquel pasaje de marras, si, ese que guiaba al incauto al barrio de cuentos sin leyes, de noticias sin finales felices, “hay de mi” pensó, por su cabeza volaron ideas cada vez más terribles; “lo habrán secuestrado, eso es, lo han secuestrado”, hubiera querido negarlo pero su corazón ya lo presentía, pero Sonia que no se amilana con nada tomó valor y se dispuso cruzar el dintel que separaba el orden social de lo dantesco.

Dos hombres a quienes apenas vio por el precario alumbrado público se le atravesaron en el camino, “ellos tienen que haber visto algo”, pensó. En su mente sólo tenía la imagen del señor Ferrabus. Ellos tomaron la iniciativa, a medida que se acercaban a Sonia ella se peguntaba ¿Qué sería ahora de sus hijas? ¿Cómo decirles lo del secuestro?, ¿…y si pasó algo peor?, no pudo prolongar sus preocupaciones, pues aquellos dos sujetos le abordaron bruscamente, uno la tomó rodeando su cuello con el brazo por detrás, mientras que el otro mostrándole un cuchillo la amenazaba, quiso reaccionar, pero sería peor a toda esta desdicha para sus hijas, sumarle el asesinato de su madre, sería traumático, “sólo quiero que me dejen viva” se dijo a sí misma tratando de calmarse. Y de improviso, alguien, que no era otro más que Alejandro se envalentó corriendo como un espectro entre la oscuridad con un fierro batiéndolo en el aire,  y claro que todos corrieron incluyendo a Sonia que sin saber quién fue su salvador regresaba como pudo a su casa y, detrás corría él, Alejandro, “¡Sonia!” gritaba. En el trayecto Sonia dejaba caer lágrimas poseídas de recuerdos, apenas le quedaría eso, recuerdos sueltos que terminaría de olvidar acurrucada en su sofá un día de primavera, pero eso lo dejaría para después, porque ahora buscaba en su mente todas las imágenes que pudiera del señor Ferrabus, donde su presencia infundía respeto, su porte entallado discurría siempre con elegancia por la casa, aquel hogar donde su voz madura se escuchaba en todos los rincones, a veces  alegre, enojado, serio o juguetón, “¡Sonia!” esta vez escuchó, se detuvo, reconoció la voz, ambos se abrazaron, ella lloraba por el señor Ferrabus, él creía consolarla de la trapatiesta, de pronto, una voz tan vívida que le pareció escucharla de lejos volviéndose una y otra vez cada vez más cerca, levantó la vista, no podía creerlo, al final de la cuadra se asomaba, se parecía a él, parecía que él también trataba de reconocerla, si, era él, el señor Ferrabus, cansado, algo maltrecho, descompuesto, presurosa soltó los brazos de Alejandro que se quedó inerte y desencajado. Ambos, el señor Ferrabus y Sonia corrieron al encuentro, ella con una sonrisa y él jadeante de premura, ella aliviada y él orondo casi presumiendo, ella gritando su nombre y él ladrando como siempre, ella abriendo los brazos y él meneando su alegre cola, ella cargándolo con regocijo y él  lamiéndole el rostro. Ahora todo regresaba a la normalidad.

Mientras regresaban a casa Sonia explicaba lo sucedido a Alejandro, enseguida se acercaba a esa oreja peluda y le decía al oído, “hay de ti si la señora de Quesada tenía razón, hay de ti mi Ferrabus bandido, con qué perrita callejera te habrás metido”, y él con su mirada almendrada y risueña no se daba por aludido.


Escrito por

reinaldo de la cruz

Nació en 1972, de niño trabajaba jugando y los ratos de ocio iba al colegio, hoy sigue jugando y es docente solo porque se tituló.


Publicado en

PRINCIPIO DEL ARTE

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